domingo, 17 de agosto de 2008

La batalla de los años sin contar...

Me desperté, era un lunes por la mañana, era un día lluvioso, me levanté de mi cómoda cama mientras veía toda mi vida pasar delante de mis ojos. Sabía que la pelea era inevitable ante una batalla que lidera mi vida. Mi madre me miró, con tristeza en sus ojos, haciéndome alimento para llevar esta difícil proeza de la mejor manera. Limpié mi cuerpo y me coloqué mi ropa de batalla, me armé con mis accesorios de batallas, alimenté mi débil cuerpo golpeado por el sueño. Salí de mi casa ignorando la lágrima que se escapaba por los ojos de mi madre. Caminé viendo a mis vecinos despedirse, mientras, con sus cabezas realizaban una afirmación de éxito. Caminé bajo la lluvia, sintiendo como las gotas masajeaban mi piel cuando conseguían fin a su caída. Llegué a la entrada de la cueva donde se encontraban mis enemigos, estaba escrito arriba de la entrada "Gato Negro", malos augurios de suerte, entré sin miedo y con paso firme. Llegué al túnel donde llegaría el transporte que los traería a mí.

La espera, tan abominable como siempre, hasta que vi a los lejos, aquellos ojos de ese transporte, tenía el mismo aspecto sucio y temible de siempre, el de un gusano metálico movido por magia. Paró frente a mi, abrió su estomago y ahí comenzó mi batalla. Eran aproximadamente 50 humanos malignos en cada estómago, 300 personas más o menos. Blandí mi chuzo de batalla y mi espíritu se fortificó, hombres y mujeres, niños y viejos, todos batallaron contra mi, un niño vestido de académico me quitó mi chuzo de batalla, demonios!, pensé, saqué mi cartera de cuero de batalla y comencé a dar cachetones a los que se me atravesaban, lancé mi sistema de comunicación móvil a una vieja que se me puso obtusa. Quedé desarmado por completo así que recordé las palabras de mi maestro Shaolin, "Coñazo, patada y Kung Fu" (gracias maestro!), el gusano siguió parando y abordando gente maligna, me veía cada vez rodeado por más y más gente. Me sentía cansado, desarmado, mi armadura había sido penetrada, pero mi espíritu seguía intacto. Hubo sangre, lágrimas, gritos, risas, morados. A la tercera parada del gusano, sabía que ese era mi límite, así que, con un súper triple salto mortal, salí de esa pelea. Comencé a caminar, golpeado y cojo, caminaba lento, más lento que tortuga mocha con asma subiendo una montaña. Subí la mirada y vi en la salida, "Capitolio", resignado seguí caminando hasta buscar al próximo gusano que me llevaría a la batalla que quebrantaría mi espíritu... Otra vez, me quedé sin bolso, sin mi ropa de batalla, sin capital, con nada me quedé para recoger conocimientos en mi sede educativa, la Universidad.